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#MuyLos30: ¿Viajar es escapar?

En su segunda entrega, Jon Reyes se plantea interrogantes que ponen en jaque la estabilidad y pueden cambiar el rumbo de la vida.

Por Jonathan Reyes

Me hice la pregunta del título cuando sorpresivamente a principio de año me llegó una oferta para ir a estudiar inglés a Nueva York. Las semanas habían pasado y la cesantía se había ido. Había entrado a trabajar a una de las mejores agencias de comunicación de la ciudad. El grupo era ameno y el trabajo era un nuevo y completo desafío para mí, pero algo pasaba durante esos calurosos meses de verano (no precisamente una #MuyAcalorada vida sexual) que no me dejaba tranquilo. Conforme pasaban los días me convencía de que debía tomar la oferta del curso y mandarme a cambiar. ¿Les ha pasado que en unas pocas semanas saliendo con alguien se enganchan a niveles insospechados? Bueno, eso me ocurrió. Mi loco amor de verano seguía ahí, tal como dice la canción y no podía sacármelo de la cabeza. Su metro noventa, sus ojos verdes, su sonrisa perfecta y su lomo soñado me penaban como la peor de las pesadillas.

El cambio de pega también tuvo su impacto. Un día cualquiera, mientras caminaba en la calle me topé con un quiosco que aún vendía la revista de papel couché en donde solía trabajar. La actriz de la portada decía algo así como “es tiempo de renacer”. Me quedé pegado viendo la portada, la entrevista se la había hecho yo hace unos meses y fue ahí cuando pensé: “Sí, es momento de renacer”. Ese mismo día compré el pasaje, pagué el curso y le informé a mi nueva jefa que no podía seguir. Admiro profundamente su capacidad de no haberme mandado a la cresta.

Llevaba recién tres semanas en el puesto, pero sentía que ya no podía seguir en Santiago, de alguna forma tenía que escapar. Así como le pasó a la Berta después de su divorcio. Hace tiempo que mi amiga sospechaba que su marido la engañaba. Ella, una exitosa y #MuyEstupenda ejecutiva de una multinacional, vestida siempre con las últimas tendencias que se lucían en su caso metro ochenta de estatura, un día simplemente colapsó y contrató los servicios de un detective privado. Sí, eso pasa en la vida real. “Están en el cine”, le dijo el investigador a mi amiga. Ella corrió a un conocido mall del sector oriente de la capital, entró a la sala donde estaba su esposo y efectivamente lo vio abrazado de la otra. La Berta perdió la cordura, le quitó el popcorn a él y la bebida a ella y se las tiró por las caras. Todo esto mi amiga me lo contaba mientras yo estaba en un viaje de trabajo en México, en tiempo real. Sí, al otro lado del teléfono y a miles de kilómetros de distancia tenía a una de mis mejores amigas relatándome todo en vivo y en directo. “Estoy entrando al cine, Jon”, “no siento las piernas de los nervios”, “estoy segura de que están ahí”, me decía. Yo trataba de comerme las enchiladas en el restorán donde estaba, pero no pude. “Hueona, estás loca”, le dije. De partida, ¿quién contrata los servicios de un investigador privado? En fin, sigamos con la escena… Después que mi amiga entró en un colapso nervioso, la amante salió corriendo rápido del lugar, el esposo de Berta corrió tras ella y Berta salió tras él. Berta aún no cortaba la llamada. En ese momento unos fucking mariachis se pusieron a mi lado… Tuve que salir para poder seguir esta transmisión especial desde Chile con toda la atención que requería. “¡Se fueron, Jon, se fueron!”, “era verdad amigo”, ¡hijo de puta, yo sabía que me cagaba!, gritaba la Berta mientras corría detrás del que había sido, hasta entonces, el gran amor de su vida. “Berta, ¡para!”, le dije. “¿Quién la sigue a ella?”, le pregunté, “él pues, ¡Jon!”, me respondió. “¿Quién lo sigue a él?”, volví a consultarle. “¿Por qué me preguntas eso? Yo pues, huevón”. “¿Quién te sigue a ti? ¡Nadie!”, le dije. No podía creer que estuviera viviendo mi propia escena de “La boda de mi mejor amigo” cuando Dermot Mulroney sale tras Cameron Diaz y Julia Roberts corre tras él, pero nadie corría tras la pobre Julia. A veces me impacta cómo la realidad puede superar a la ficción. Con el tiempo y mucha plata invertida en terapia la Berta se pudo recuperar. Ese mismo día dejó todas las cosas de su esposo en la calle (porque esto tenía que seguir con escándalo) y al mes se fue a Madrid. Ahí estuvo tres meses tras renunciar a su estupendo trabajo. La Berta volvió a enamorarse y hoy es feliz con Marta, una bailarina española que fue capaz de sacarle todos los miedos a mi amiga y hacerla #MuyFeliz.

Volvamos a mí. Finalmente decidí irme a Nueva York por tres meses. Mis amigos me organizaron una despedida en El Toro y al otro día partí. En el vuelo se me cayeron un par de lágrimas mientras dejaba Santiago. No sé por qué lloraba, pero de alguna forma me sentí liberado. Cuando estuve instalado en Tarrytown, a media hora del centro de Manhattan, me di cuenta que volvería a ser estudiante. Me tocó compartir habitación con un suizo y un coreano. Estudié mucho, tenía clases de lunes a viernes, pero los fines de semana aprovechaba para salir a la ciudad y escarbar en la noche neoyorkina. En eso estaba cuando llegué a Battle Hymn, una de las fiestas gays mas importantes de la ciudad. Entre dragqueens, celebridades locales y chicos sin polera, pude ver que un hombre venía directo hacía mí. Michael resultó ser más que un polvo de una noche, por eso se merece que esa historia se cuente. Hasta la próxima.