Por Josefa Meeder / @josefameeder
Todas las mujeres vamos pasando por diferentes procesos. Toda nuestra vida gira en torno a ciclos. Algunas vivimos contando los días de la semana para salir el viernes, otras vivimos contando los días para que nos llegue la regla. Las más espirituales viven a la par con los ciclos lunares y otras simplemente cuentan los días para que llegue esa maravillosa notificación del sueldo depositado (creo que todas vivimos en este ciclo). Pero hoy en día hay un ciclo que se está desarrollando y es casi tan importante como tu ciclo menstrual: hablo de un ciclo que se vive a nivel político y social, que está permitiendo que las mujeres, las personas no binarias e incluso los hombres, se liberen de las cadenas impuestas por el sistema heteronormado patriarcal en el que crecimos.
El proceso de deconstrucción implica liberarse de todos los estereotipos de género que nos entregaron desde el momento que nacimos, desde el momento que nos perforaron las orejas y nos vistieron de rosado y dijeron que éramos unas princesas de Disney. Desde la infancia, todas nuestras actividades e interacciones están segregadas y categorizadas por género, los niños juegan con camiones, la niñas con muñecas. Efectivamente, en los últimos veinte años, las cosas han cambiado en Chile, la crianza y la categorización de las actividades por género han evolucionado ligeramente, pero ¿qué pasa con los que ya crecimos bajo el yugo de la cultura heteronormada binaria? Nosotros, por desgracia y por fortuna, tenemos que pasar por este maravilloso y complicado proceso de deconstrucción, es como una pubertad político-social, todo es muy confuso, no entiendes lo que le está pasando a tu cuerpo, te salen espinillas mentales y a veces sientes que no puedes ordenar ninguna de tus ideas. De pronto, después de un tiempo que pareciera eterno, todo empieza a hacer sentido y ves la luz (aunque lejos todavía) al final del túnel de la deconstrucción.
Al mismo tiempo de los procesos de deconstrucción y el alza del movimiento feminista, también observamos cómo cada día las redes sociales abarcan más y más sectores de nuestra vida privada y social. Seguimos a Fulana y a Sultana en Instagram y se nos permite mirar al interior de la vida de muchas personas. Nosotros, los usuarios, también les abrimos las puertas a los influencers, entran a tu casa, nos sentamos en la mesa con ellos, incluso los llevamos al baño. Todos miramos historias de IG en el baño, no mientan. Básicamente, pasamos gran parte del día observando y siendo influenciados por este contenido en Instagram. Consumimos todos los productos que promocionan y todos los mensajes que entregan llegan directo a nuestras a través del celular. Yo, siendo una alta consumidora de memes y contenido influencer, me pregunto: ¿Tenemos el derecho de exigirles a los influencers que se deconstruyan, que sean mejores y que entreguen mensajes a tono con la revoluciones sociales?
La respuesta no es una respuesta simple, cómo me gustaría poder decir un simple “sí” y que todos los influencers, incluyendo Kylie Jenner, me hiciera caso. Más allá de la exigencia que se le puede imponer o no a distintos influencers y celebridades, la invitación de la deconstrucción es a recordar la responsabilidad y el poder que tienen los consumidores. Nosotros somos los que alimentamos el mundo de Instagram y que a través de nuestras propias deconstrucciones debemos consumir contenido que vaya a tono con nuestros ideales. Es importante saber que tus likes, tus views, tus comentarios y tus shares tienen impacto en las estructuras sociales establecidas y que en el mercado de la atención que ha generado Instagram, es importantísimo que logres poner tu atención como consumidor en personas que buscan mejorar las condiciones político-sociales transversalmente y no explotar las estructuras que profundizan las diferencias.
Entonces, ¿de quién es la responsabilidad? Vamos a hincar el diente a la cultura popular latinoamericana y vamos a decir que “la culpa no es del chancho, sino de quien le da el afrecho”. En esta situación, los influencers son los chanchos (perdón a cualquier influencer que se sienta ofendido). Los consumidores, somos los del afrecho. Nosotros tenemos la capacidad de exigir más, de alimentar o no alimentar el monstruo que es Instagram. Existe un poder que los consumidores olvidamos que tenemos, y ese es el poder del afrecho. Nuestros influencers son un reflejo de nuestra cultura, y es nuestra responsabilidad, a través de nuestra deconstrucción propia, alentar aquellas plataformas y celebridades que representen y resuenen con nuestra deconstrucción: una sociedad justa, feminista e igualitaria.
Si alimentamos a celebridades que son maltratadores, violadores, acosadores y extorsionadores, o simplemente perpetuadores de la cultura machista y de violación, nuestra sociedad, y la deconstrucción de esta, nunca llegará a puerto. Seguiremos viendo femicidios en la televisión, historias de acoso en matinales y seguiremos viviendo el yugo constante de machismo a diario.
Es momento de que nosotros, los consumidores, reclamemos nuestro rol en la deconstrucción del sistema patriarcal que nos ha obligado a ser una mujer silenciosa o un hombre fortachón, o simplemente nos ha forzado a apegarnos a un modelo intransitivo de género binario. Es momento que elijamos bien a nuestros guerreros, elijamos a los que luchan por la igualdad de género, por el respeto a las comunidades no binarias y a la comunidad LGBTQI+. Es momento que elijamos a aquellos que quieren disminuir la brecha de la desigualdad y a aquellos que luchan en contra de los estereotipos de género. Es momento de que recordemos quién es el que da el afrecho y que somos nosotros los que tenemos el poder para cambiar la sociedad, one like at a time.