A las mujeres nos han intentado formar, controlar, dirigir y enmarcar hacia ciertas conductas desde el principio de los tiempos y a través de muchas estrategias.
Una de las estrategias probablemente más antiguas y comunes es el temido cuento de la solterona. Nuestros abuelos y abuelas, madres y padres, nos contaban casualmente pequeñas historias de mujeres que por no concentrarse en buscar a su príncipe luego sufrían de distintos castigos sociales, como tener que ir sin pareja al matrimonio de tus amigues, tener que pagar todo tu arriendo tu sola, o peor aún, ser vista yendo al cine o a comer sola (una auténtica tragedia).
Algunas historias rayaban en lo morboso para meternos incluso más miedo y humillación, con ejemplos como la loca de los gatos que además, te advertían, te comerían cuando estires la pata.
El cuento de la solterona lo refuerzan a través de películas populares como el Diario de Bridget Jones donde una mujer de 32 años (claramente ya de la tercera edad -léase con ironía-) es una patética solterona con sobrepeso (literalmente es la definición de belleza hegemónica) y sobre cómo su vida finalmente se resume a sus relaciones con diferentes hombres, sin tener otras aficiones, intereses o caminos que seguir en la vida, porque sin esos hombres no habría una trama interesante, ¿no? (de nuevo, por favor, léase con ironía).
Lo más curioso de este maldito cuento, y esto no se los dice la solterona que escribe esta columna, lo dice la ciencia, es que las mujeres solteras sin hijos son el subgrupo más feliz y que además vive más tiempo comparado con mujeres y hombres que sí tienen pareja y/o hijos.
La razón detrás de esto, concluyen los estudiosos, es que a través del tiempo, las mujeres ya no correlacionamos la felicidad con la capacidad que tenemos para casarnos, emparejarnos y/o procrear hijos, sino con la capacidad de tener independencia financiera y emocional, QUIÉN LO DIRÍA.
Entonces, si la ciencia lo dice, ¿por qué nos cuesta tanto sentir nuestra soledad? Por qué nos cuesta tanto quedarnos un viernes en la noche en la comodidad de nuestra propia cama, estamos aún tan obsesionadas con la idea de que quizá hoy entrará esa persona al bar de mala muerte donde te estás tomando una cerveza tibia para que te mire y finalmente te elija, y así, terminen tus días de solterona? Como nos tiene cagadas Disney, le hizo una campaña del terror a la soltería femenina y nosotrxs nos lo comimos con papitas mayo.
Finalmente es eso, a la soledad le falta mejor Marketing, porque, y esto sí se los dice la solterona que escribe esta columna, la soledad tiene experiencias que son las más únicas y hermosas del mundo, pero solo las puedes conocer cuando realmente te permites estar sola, sola de verdad, esa soledad cuando adoras dormir un viernes en tu casa y no salir, cuando no necesitas mirar el teléfono cada dos minutos porque sabes que no hay ningún prospecto que necesita de tu urgente atención, sola de no tener que ducharte si no quieres y sola de sentir el silencio de tu casa y encontrar paz y no vergüenza.
Cuando estás sola puedes irte a vivir al otro lado del mundo, empezar una vida nueva, re-construir la historia como tú quieras, puedes comer KFC un miércoles a las 4 de la tarde si se te canta el culo o adoptar dos perros y traértelos a tu casa porque nadie te va a hacer show. Vivir tu vida sola es poder armar tu casa, tus finanzas, tu dieta y tus pasiones como tú quieres, sin tener que consultarle a nadie, nadie te controla, nadie te pide y nadie deja sus calzoncillos en el suelo y su toalla mojada en tu lado de la cama (ctm, por qué).
Durante mi adolescencia sufrí mucho el cuento de la solterona y juré que a mi no me iba a pasar, después de vivir con mi ex tres meses dije: “quizá vivir sola no es tan malo, definitivamente no puede ser más malo que esto”, y con un sabor de entre risa y pena de a poquito (me demoré igual no les voy a mentir) le fui perdiendo el miedo a la soledad y solté todo lo que ese miedo amarraba a mi vida, amigues que no contribuían a mi felicidad ni yo a la de ellxs, parejas y pretendientes que valían menos que bolsillo de pijama y por sobre toda las cosas, logré soltar las expectativas de lo que tenía que ser mi vida de mujer.
Finalmente, creo que a pesar de todo el progreso que se ha hecho, y la evidencia científica que hemos visto, aún así, la soledad y las mujeres tenemos una relación de amor/odio. Las mujeres crecemos con el miedo a la soledad en todas sus aristas, la soledad en una calle oscura a altas horas de la madrugada volviendo a tu casa o la soledad a los 30 años cuando todas tus amigas se están casando. El miedo a la soledad está ahí para amarrarte, apurarte, obligarte a elegir a alguien que no es para ti, está ahí para que siempre camines por lado alumbrado de la calle, por el camino más transitado. Y así, crecemos con el pánico a ser la tía solterona o el pánico a viajar/vivir solas.
Pero dentro de cada mujer yace un gran deseo, la esperanza de ese momento de soledad para estar lejos, lejos de las expectativas de cómo vestirnos, vernos, comportarnos, lejos de las exigencias del mundo y cerca de nuestras verdaderas esencias, cerca del espacio propio para decidir qué queremos y cuando lo queremos, ese espacio para estar cerca de lo que nosotros queremos y no de lo que otros quieren para una y apagar por fin el ruido de afuera para escuchar lo de adentro.
Y ese, es el deseo de la mujer moderna, silencio, paz e independencia para ser y existir con nuestros propios cuentos e historias que escribiremos a través de nuestras nuevas vidas, abrazando la soledad de la niña que ahora es adulta y no tiene miedo a estar sola.