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Amor romántico y feminismo moderno: ¿Amigues o rivales?

Ya pasé por mi etapa Charlotte, Miranda y Samantha, y planeo estacionarme en Carrie.

Por Josefa Meeder / @josefameeder

Hace poco me empecé a preguntar cuándo me volvería a enamorar de nuevo y me encontré pensando en todas esas cosas que cambian cuando empiezas a sentir esas maripositas, todas las cosas que empiezas a compartir y cómo pasas de pensar en lo que tú quieres pedir por UberEats a tener que tomar esa decisión en conjunto con alguien más (oh, the horror).

Pero hablando en serio, ¿qué pasa con el amor romántico cuando una se va volviendo más feminista? Más independiente, cuando le agarras el gusto a dormir sola, cuando ya sacaste master y doctorado en Tinder y Bumble y cuando ya te compraste todo el arsenal de artefactos de PlatanoMelón y JapiJein. ¿Es compatible la versión del feminismo moderno con la idea del amor romántico que nos vendió Disney?

Cuando era chica (y no tan chica) me enamoraba de todo el mundo, me armaba películas con personas que ni siquiera conocía bien, teleseries colombianas de amor y romance con alguien que simplemente me había dedicado un cumplido. Gran parte de mi vida se veía dedicada a enamorarme, a encontrar esa persona, me imaginaba paseándome por los pasillos de IKEA eligiendo toallas para el baño con el hombrecito, pasando cada momento juntos como si fuera una película de Disney. Yo me levantaría como la hermosa princesa y cantaría al unísono con mi marido y los pájaros del jardín en nuestra casa perfectamente coordinada de tonos pasteles que elegimos en conjunto.

Al ser yo hija de mi alemana madre que me transformó en una mujer que cuando la sigue la consigue, obtuve todas esas cosas que creía que necesitaba y quería. Conseguí ese amor que te consume, ese amor por el que tendrás que hacer muchísimos sacrificios, ese amor por el que te pierdes viajes con amigas y eventos familiares, ese amor que te hace olvidarte de esa cachita hermosa que te pegabas con tu tira-amigo de la universidad. Conseguí ese amor que te duele, pero te convences que las cosas que valen la pena merecen sacrificios. Cuatro años tuve ese “gran amor” por el que esperé toda mi vida, el amor que me destruyó el autoestima y me cagó con una estudiante de intercambio belga, el amor que cuando logré superarlo y mirarlo de lejos dije: “dónde CHUCHA sale esta parte en la película de Disney?”.

Ese mismo amor que apenas termina te genera una necesidad insaciable de cambiar tu apariencia, una necesidad de despojarte de la mujer que estaba con él (-él- siendo el maldito bastardo de tu ex, pa que no se confundan).Una va y se perfora la cara, se tatúa hasta la chochi, se tiñe el pelo, se hace chasquilla y hasta paga la subscripción de Tinder Gold. Todo en una loca intención de despojarse del dolor de la ruptura.

A mí este amor, por obra y gracia del Espíritu Santo, me llegó cuando yo tenía apenas 19 años y no mayor. Si hubiese llegado con 26, seguramente nos hubiésemos casado y habríamos durado menos que un peo en un canasto.  Lo bueno de enamorarse cuando se es muy joven, es que ahora puedo decir con confianza que aprendí desde chiquitita lo importante que es enamorarse, pero enamorarse de una misma. A los 23 ya me había perforado, tatuado, teñido y tirado todo lo que necesitaba para despojarme de esa mujer que había dedicado su vida a encontrar el gran amor de película romántica y así pude comenzar a transformarme en la mujer que solo pisa el palito cuando encuentra a alguien que es correcto para ella (es importante recalcar que aún estoy en proceso porque a veces igual soy media pastel y me enamoro de pelotudos, pero tengan paciencia que estamos trabajando para usted). 

Ha sido tanto el mind-fuck de Disney y de la cultura popular sobre la mujer romántica y enamoradiza que no fui capaz de ponerme a mí primero y establecer una relación sana conmigo misma antes de establecerla con alguien más. Y ahora, dos años después, con dos perforaciones en la cara, dos tatuajes en el cuerpo, el pelo naranjo (sin chasquilla, gracias a Dios) y mucha terapia y amor propio feminista después, puedo decir que me he vuelto a enamorar, pero esta vez, de mi misma y de mi vida. 

En este año, que ha sido más difícil que abrir una lata de mentholatum, perdí pegas, perdí amigues, perdí casas y hubo momentos en los que sentí que me perdía a mí, pero ahora, sentada escribiendo esto, con mis perros, en un cafecito de mi nueva ciudad a la que llamo hogar, puedo decir, después de varios meses de turbulencia, por fin siento que he llegado a puerto y que me siento mas enamorada de mí misma que nunca. Siento que mi feminismo ha tocado mi fibra personal y a pesar de que aún quedan muchísimas batallas políticas que pelear en nombre del movimiento, ahora puedo decir que me voy enamorando más y más de mi libertad sexual, de mi carácter apasionado, de mi tenacidad que a veces intimida y de todas las decisiones que me empujaron a donde estoy hoy.

Recientemente, una conversación me hizo pensar en qué pasa cuando piensas en enamorarte de alguien más nuevamente. ¿Cómo funciona cuando ya estás enamorada de ti misma y de tu vida, cuando ya tienes la novela romántica tú sola con tus perros, tu casa esta decorada con tonos pasteles que tú elegiste y amas pasearte por IKEA sola, sin que alguien te pregunte con cara de culo “cuanto falta?”. ¿Hay espacio para algo más? Y cuando ya sepultaste la ilusión del romanticismo Disney, del final feliz, la imagen de la princesa rescatada por el beso de amor verdadero, ¿qué es lo que queda? ¿Cómo abrimos el espacio del romanticismo y el amor de pareja cuando hemos trabajado casi 3 años para llenarlo de amor propio?

Me pregunto si el corazón tendrá espacios que no se mezclan, o si el amor propio que crece, eventualmente muta a amor de pareja cuando llega alguien (y esta es la clave) que es correcto y sano para ti. Por ahora no lo sé, y espero que quizá con el tiempo pueda volver a escribir una columna que les dé un update sobre mi one-woman show.

A veces pienso en la Josefa de 19 años que estaba lista para enamorarse del primer hombre que la “eligiera”, y ahora que me veo en el espejo con 26, no puedo evitar reírme, porque ahora descarto tipos que tienen defectos tan mínimos como masticar demasiado fuerte o que usan frases como “me gustan las mujeres sin maquillaje, natural es mejor”. A estos longis les digo vayan a acostarse porque a las mujeres no nos interesa su opinión, MUAK.

Por ahora esto va dedicado a todas las personas que quizás están en la etapa de los tatuajes y los piercings y están empezando la terapia de amor propio, o quizá todavía están en la parte de Tinder Gold (yo la disfruté igual, tengo varias historias pa reírse, orgasmos no muchos, pero risas sí que sí). Esto va para ustedes. para que le sigan poniendo el pecho a las balas, para que sepan que todo pasa y que ser feminista se trata de ser esa mujer que lucha todas las batallas, sean políticas o sean personales, porque a veces, las batallas personales parecen solo eso, algo que solo tú vives, pero de vez en cuando nos damos cuenta que muchas de nuestras experiencias son universales, y que expresarlas sirve como un pequeño puerto de descanso en la tormenta que otra persona pueda estar atravesando. 

Así que por ahora, que ya pasé mi etapa de Charlotte (la enamoradiza), y luego la del del cinismo amargado (Miranda) y la etapa de Samantha (sexo casual desenfrenado, pero seguramente de peor calidad que el de Samantha), planeo estacionarme en algo parecido a lo que es la estación de Carrie (sin la romantización de todas mis interacciones claro). Quiero crear un puerto para refugiarse en días de tormenta y cómo bien dice S.T. Dougherty:

“¿Por qué molestarse en escribir algo? Porque ahora mismo, hay alguien allá afuera con una herida en la forma exacta de tus palabras”.

Y espero, entonces, que esta columna que plasma mis experiencias que parecen muy personales, pueda reflejar vivencias que en realidad son completamente universales, y así transformarla en una columna #MuyCompartida por todes.