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#MuyLos30: Los amantes pasajeros

Ya viviendo en Nueva York, la vida amorosa de Jon Reyes no se hizo esperar. Disfruta de su columna y sus experiencias cada jueves.

Por Jon Reyes

Así se llama una de las películas del gran Pedro Almodóvar. No es precisamente una de las mejores, pero el nombre me hizo hacerme la pregunta sobre cuántos amores fugaces estamos dispuestos a enfrentar en nuestras vidas. El viaje a Nueva York se había convertido en una especie de ensayo de antropología sexual. Era evidente que en Chile no tendría todo el sexo que estaba experimentando en La Gran Manzana. Nunca fui con la intención de conocer a alguien en serio, más allá de pasar un buen rato en la cama.  Pero claro, cuando no lo esperas, aparece. Por algún extraño motivo se me acercaban hombres que en otros momentos de mi vida no pasaba. Mi amiga Patricia, un devora hombres con experiencia, me decía que eran las feromonas que mi cuerpo emanaba. “En resumen, andas #MuyCaliente, te sientes mino y empoderado y eso los hombres lo perciben. Me pasa lo mismo, Jon”. “En esas temporadas mi vagina es como un gran capullo que se abre para darle la bienvenida a los hombres. Mientras camino por la calle soy como una planta carnívora con tacos”. Ok, Pati, gracias.

Me apunté en cada una de las fiestas más cool de la ciudad. #BattleHymn la hacen en el ondero barrio de Chelsea, el lugar emana al mítico Studio 54. Club kids, drag queens, jóvenes con looks sados, hombres con cuerpos hechos a mano, celebridades locales e inventadas de Instagram y dealers de todo tipo de drogas que se puedan imaginar eran parte de los convocados. Mientras me sacaba un foto con Lady Fag, la mítica figura de la noche en Nueva York y dueña de  la fiesta, me fijé que un hombre alto, sin polera (a esa altura de la noche la ropa ya era un accesorio secundario) y con un arnés de cuero se acercaba. Me despedí de Lady Fag y pedí un trago en la barra. “Hola guapo”, me dijo. “Hola”, le respondí. Nos pusimos a bailar mientras al lado “Vivacious”, una reconocida drag de NY y ex concursante de Rupaul Drag Race, se metía unas bolas de luces por la boca y Amanda Lepore saboreaba un Cosmopolitan vestida sólo con un calzón de diamantes. Resultó ser israelí, en sus treinta, ojos verdes, un metro ochenta y bueno, todo el resto se lo podrán imaginar. A las horas, yo ya estaba más desinhibido de lo usual. “Me calientas mucho”, le dije. “Y tú me haces muy feliz”.

Increíblemente había alguien más intenso que yo en el mundo. En ese momento me sentí poseído por mi amigo Julio, que el año pasado también había tenido un affaire con un israelí, y que habría salido corriendo de ahí tras esa fugaz declaración de amor. Eso hice, le dije a Michael que iría por un  cigarro a la calle. Mientras fumaba, algo cada vez #MuyMalVisto en esa ciudad (ahora eres leproso si fumas en Nueva York), pensaba que era el momento ideal para escapar. Cresta, el israelí tenía mi número y mi Instagram. Lo perdí durante una hora, la fiesta ya se acababa cuando decidí irme. En la vereda, unos metros más allá estaba él, vomitando… Me preocupé porque lo vi mal. Conseguí agua y se la llevé. Se había pasado en algo que no me supo explicar. Me fumé dos cigarros más,  porque leproso, hasta que Michael se sintiera mejor. Así fue, después de un rato era como si nada le hubiera pasado. Me abrazó y me dijo que quería pasar la noche conmigo. “Me estoy quedando en el departamento de un amigo, pero busquemos un hotel”, me dijo. “Ok”, así de fácil volví a caer en los brazos del israelí. Me dio la mano y caminamos unas cuadras buscando una habitación para pasar lo que quedaba de noche. En los dos primeros hoteles nos fue mal, no quedaban piezas disponibles. Mientras él estaba en el tercero tratando de encontrar espacio, prendí otro cigarro en la calle. Una joven vestida impecablemente con la última colección de Moschino y con las míticas botas Balenciaga hasta las rodillas, me pidió un pucho. “Querida, ¿cómo lo haces para estar vestida así de bien? Pareciera ser que saliste directo de la pasarela y la próxima Semana de la Moda es en unos meses más”, le pregunté. “Honey, soy la mejor en mi trabajo. Ahí al frente viene el que pagó las botas. Un beso y gracias por el cigarro. En esta puta ciudad ya nadie fuma, de seguro eres extranjero”. Mientras la mujer se alejaba, miré hacia el lobby del hotel y me fijé que Michael había logrado encontrar una habitación y estaba pagando. ¿Me había convertido en una puta vestida de Moschino?

“Vamos Jon, entra”, me gritó desde el hotel. Apagué el cigarro y entré. El polvo estuvo en la lista de los cinco mejores del último año. No logré dormir mucho y mi TOC sobre el tomar desayuno antes de hacer el checkout me acechaba conforme pasaban los minutos. Desde la ventana se podía ver el Empire State. “Oye, despierta, tenemos que tomar desayuno…”, le dije. “No, no lo haremos acá. Te llevaré a tomar brunch a uno de los mejores lugares de la ciudad”, me respondió. Era oficial, me había convertido en una puta de alta categoría. “Bueno, pero al menos déjame pagarlo”, puntualicé. Me llevó a un exquisito restaurant judío, después caminamos de la mano por la Quinta Avenida. Era perfecto, todo lo que necesitaba en ese momento. De a poco fui conociendo más de su vida. Michael tenía una empresa de skincare y como se venía la temporada de verano, necesitaba abrir un local en una de las exclusivas playas donde los neoyorkinos escapan del calor de la ciudad. “En dos días más debo ir a Los Hamptons para ver un posible local, ¿me quieres acompañar?”, me dijo.

Unos días después, mi prostituto trasero figuraba en un auto camino a ese lugar. Horas antes habíamos acordado de encontrarnos en el aeropuerto para arrendar el auto y salir de ahí a Los Hamptons. Cuando me subí al metro recibí un whatsapp de Michael. “Te ves precioso hoy, levanta la mirada”, decía. Increíblemente mi israelí iba sentado unos metros más allá en el mismo vagón. ¿Qué posibilidad hay de encontrarse con alguien en el complicado sistema de Metro de Nueva York? Ahí me besó delante de todos y nos fuimos muy in love hasta el aeropuerto. El día estuvo redondo. Rico almuerzo, paseos y compartir un rato con una de sus amigas que tenía una de las tiendas más exclusivas del sector. Nos veíamos regularmente hasta que Michael tuvo que volver a Tel Aviv. Hoy, antes de terminar de escribir esta columna recibí un mensaje suyo. Pareciera ser que esta historia está destinada a ser algo más que la de unos amantes pasajeros.